martes, 14 de febrero de 2012

PALESTINA: Un estado palestino en las fronteras del ingenio


Z es un joven palestino musulmán de 25 años que vive en Belén. Le faltan 3 dedos porque durante la Segunda Intifada le estalló una granada en la mano. Por aquel entonces Z y sus amigos se dedicaban a salir a la calle por las tardes a jugar al fútbol o a cualquier otra cosa simplemente para desafiar el toque de queda impuesto por Israel; era su forma de decir: “No vais a controlar nuestra vida”. A un soldado le debió de molestar la idea y ocultó un explosivo dentro de una pelota de tenis con la que los chavales habían estado jugando. Cuando Z y un amigo suyo fueron a buscar un balón que habían encalado, encontraron la pelota de tenis. “¡Mira qué suerte, y tú que pensabas que la habías perdido!” Le dijo su amigo. Z la cogió, la empezó a agitar y cuando todavía estaba diciendo “esta no es mi pelota, pesa demasiado”, se produjo la explosión.
Lejos de atemorizarlo, el acontecimiento provocó en Z más ganas aún de participar en la resistencia contra Israel. Se unía a manifestaciones y a confrontaciones con los soldados a base de pedradas, pero lo hacía a espaldas de sus padres, que no paraban de advertirle e incluso amenazarle contra cualquier tipo de activismo, como cualquier padre, “por su bien”. Z les juraba y perjuraba que no estaba participando en nada. Hasta que un día, en plena segunda intifada, Z se encontró a su padre tirando piedras contra los tanques en la misma manifestación. Los dos se miraron, sorprendidos, y el padre, remordido, dijo: “Bueno, ya está bien, vámonos a casa”. Un silencio incómodo acompañó a los dos hasta la puerta, sólo roto cuando su padre le advirtió: “¡Ni una palabra de esto a tu madre!”
El hecho de haber sido herido durante la Segunda Intifada hace casi imposible para Z conseguir un permiso para cruzar el muro y visitar Jerusalén. Incluso cuando tuvo puestos de trabajo que garantizaban el permiso para el resto de sus compañeros, a él se le negó. La razón oficial: “Z supone una amenaza para el estado de Israel”.
Sin embargo, Z no se resigna y encuentra los medios para hacer lo que quiere. Si no le dan un permiso, se las arregla sin él. Hace poco pasó tres días “de vacaciones” en Jaffa (en 1948 la cuidad palestina más grande, ahora un barrio árabe al sur de Tel Aviv). Se puso un pantalón corto, un sombrero moderno, un pendiente en la oreja y se hizo al monte por la noche. Ya por la mañana alcanzó una carretera de colonos al otro lado del muro y se puso a hacer autoestop (algo bastante común en Israel). Un colono lo recogió y lo llevó hasta Jerusalén. “Le dije que era un canadiense que había crecido en Italia, y el tío se pasó todo el viaje instruyéndome sobre lo terroristas que eran los palestinos y lo poco que merecían vivir en “su” tierra”, cuenta. De allí cogió un bus a Tel Aviv, y una vez allí se instaló en casa de un amigo en Jaffa. “Pasé tres días geniales en la playa”, asegura.


(Asentamiento de Gilo)


En otra ocasión, durante el Ramadán, Z quiso ir a Jerusalén a rezar en la explanada de las mezquitas, el tercer lugar más sagrado para el Islam tras La Meca y Medina. Volvió a esconderse durante la noche en el monte, pero esta vez fue más complicado. “Había muchos jeeps militares con focos recorriendo los alrededores y tuve que esconderme bajo un montón de excrementos para que los perros de la policía no pudiesen seguir mi rastro.” Al cabo del rato decidió encaminarse al asentamiento más cercano, Gilo, y cuando ya estaba a punto de llegar, se encontró con varios jabalíes. “No es el sitio natural donde estos animales viven, alguien los ha tenido que poner ahí para proteger la colonia”, asume. Una vez dentro de Gilo, cogió el autobús de línea israelí y se plantó en el centro de Jerusalén.
Las imaginativas incursiones de Z le han llevado a colarse en un kibutz (comuna israelí) y ponerse a cantar y tocar la guitara con los colonos, fingiendo ser italiano, o tratar de cruzar al lado israelí a nado por el Mar Muerto, algo que la policía le impidió, y de lo que él se disculpó con un “es que no me había dado cuenta, habrá sido la marea”. Está claro que tiene la técnica depurada: “Cuando estoy en el lado israelí siempre llevo mapas y libros conmigo, y si un policía me mira y veo que sospecha de mí, me acerco a él, le hablo en inglés con un acento raro y le despliego el mapa en la cara. Le digo que estoy perdido y le pido que me indique el camino. El policía pierde rápidamente el interés”. 
Z no cruza el muro con la intención de hacer daño a nadie ni de “representar una amenaza para el estado de Israel”. Simplemente, como él dice: “Si me niegan mis derechos, me los proporciono yo mismo”.

3 comentarios:

  1. Grande Z, ¡mis derechos son míos! como dijo aquel.
    interante historia, cómo sacarse las castañas del fuego o meterse en él para coger las castañas. claro, a riesgo de que alguna te caiga en la cabeza.
    qué cojones tienen! a veces pienso que nosotros tenemos tantas posibilidades que no sabemos ver la oportunidad. los que no tienen posibilidades ven oportunidades a cada paso.
    enhorabuena y gracias por presentarme a Z.

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  3. Impresionante historia de Z. Gracias por compartirla. Que valor tiene este chico al cruzar de esa forma las fronteras de Cisjodania, arriesgándose a que lo pillen. Una prueba de que la gente oprimida tiene el poder de que poco tiene que perder.
    Me encanta como humanizas las historias y las haces personales. Enhorabuena!

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