sábado, 11 de febrero de 2012

Un estado palestino en las fronteras del DJ Armin Van Buuren (parte 2)


Aunque pasado el muro ya no hay casi controles para moverse por Israel, Eilat es la excepción. Ni siquiera los permisos normales para palestinos incluyen Eilat que, por su situación fronteriza, a cuatro horas de autobús de Jerusalén, tiene un estatus diferente. Yo, por supuesto, siendo europea, puedo acceder a donde quiera y cuando quiera, al igual –dicho sea de paso- que mi colega la activista holandesa. W no me dijo que sólo tenía permiso para Jerusalén hasta llegar a destino, para no hacerme cómplice. Entonces entendí lo nervioso que se había puesto en el check point de entrada a Eilat, cuando un soldado israelí de origen etíope armado hasta los dientes se subió al autobús para ver quién había dentro. Por suerte, no pidió los documentos a nadie.
Hicimos tiempo hasta la hora del concierto evitando la pregunta “where are you from?”, que W no se podía arriesgar a contestar sin tener primero una clara idea del lugar de procedencia de su interlocutor.
Llegamos al lugar del concierto, en mitad del desierto, demasiado pronto, así que sacamos unas cervezas de la mochila y nos pusimos a charlar. “Parece mentira que haya tenido que montar todo este tinglado para venir. ¡Lo único que quiero es pasarlo bien en una fiesta de trance!” Yo, sin pensar demasiado le dije: “Tú vienes aquí ilegalmente a disfrutar de este festival y otras veces acoges a tus amigos israelíes que van a pasar la noche del sábado ilegalmente a Belén. No me parece que al conflicto le venga mal que la gente se salte las normas de vez en cuando”.
Las puertas abrieron y entramos al recinto. Un fiestón increíble. Llegamos a las primeras filas, curiosamente llenas de árabes; probablemente aquellos a los que les había resultado más difícil llegar hasta allí. 



Bailamos, saltamos, gritamos, reímos y disfrutamos como enanos durante toda la noche, sin pensar en absolutamente nada más, hasta que los primeros rayos de sol empezaron a hacer sombras en las rocas de las montañas entre las que estábamos. De vuelta en la estación de bus, los dos agotados, un tío de seguridad pasó por al lado de W, que se estaba fumando un cigarro fuera, y le preguntó sonriente: “Hey man, where are you from?” “FROM DENMARK!!” Le espetó él, cansado de la pregunta. Dentro, yo gastaba mis últimas energías en reírme de la escena.
El bus alcanzó Tel Aviv vía Bersheeva, a diferencia del de ida que había seguido la ruta del Mar Muerto, y en Tel Aviv tomamos un shirut a Jerusalén, donde W volvió a ser legal. De ahí él se fue a Belén.
A la noche, quise quedar con W y F pero W se puso enfermo y sólo vi a F, que quería saber todos los detalles de la fiesta. Empecé por la anécdota del permiso, pero él me interrumpió: “Eso me da igual, no me recuerdes que yo no lo conseguí. Dime que vosotros disfrutasteis de la fiesta a tope”. Le conté la experiencia limitándome a la fiesta. Él escuchaba atentamente, imaginándolo. “¿Sabes?” me dijo cuando concluí el relato: “Ayer cuando os fuisteis estaba tan enfadado que llamé a mi tía, que vive e Australia, y le dije que empezase a ayudarme a preparar los papeles para irme a vivir allí con ella”. Yo, asombrada, aunque pensando que sólo era un arrebato, le dije inocentemente que tampoco se quemase así, que ya habría más conciertos. “No es sólo por el concierto”, me dijo él. “Estoy harto de no poder hacer nunca nada y de depender siempre de esta mierda de sistema que tenemos aquí. He tenido la suerte de estudiar lo que quiero y de nacer en una familia solvente, pero no sirve para nada. No puedo trabajar en lo que quiero a pesar de estar preparado, no puedo progresar en nada, tuve que dejar la música porque aquí no tenía ningún futuro y estoy aquí siempre encerrado. Y para una vez que pido un permiso para ir a un concierto, no a una manifestación ni un mitin político, no lo consigo. Es sólo la gota que ha colmado el vaso. He estado retrasando el momento de hacer esto porque en el fondo me gusta el sitio donde vivo, y me gusta estar cerca de mi familia y mis amigos, pero creo que ya está bien”.  
Esto sucedió hace seis meses; a día de hoy, F ha gestionado todos los papeles y podría estar abandonando el país en un mes. Para un israelí medio, el concierto de Armin Van Buuren fue una noche de diversión. Para W y F fue mucho más que eso. W se recorrió todo el país ilegalmente, asustado, arriesgándose a ser detenido y quién sabe qué más para poder llegar hasta la fiesta después de un mes de peripecias para conseguir un permiso parcial. Y para F, no conseguirlo fue lo que le hizo decidirse a abandonar definitivamente Palestina y mudarse al otro lado del planeta, el único lugar fuera de los muros palestinos donde tiene posibilidades de ser aceptado por la correspondiente embajada. Y ninguna de las dos cosas habría sucedido si la activista holandesa hubiese conseguido boicotear el concierto. ¿Fue mejor? ¿Fue peor? Con boicot o sin boicot (y sin entrar en si es bueno o es malo), así de dependiente de los factores externos sigue siendo la vida de los palestinos. 


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