martes, 31 de enero de 2012

PALESTINA: Un estado palestino en las fronteras del salario

Sami es amigo de un amigo, y por eso muchas veces coincidimos en la misma mesa delante del mismo té. Es palestino, vive en Belén y su familia, aunque ya no vive en un campo, es refugiada de Malha, un antiguo poblado pegado a Jerusalén. Por eso, cuando un día me contó que trabajaba de supervisor de peones para una constructora israelí de asentamientos, me quedé sorprendidísima. “Gano 7000 shekels (1.400 dólares) al mes. Podría aceptar en Palestina un sueldo menor en la construcción que mantuviese a mi mujer y a mi hija, pero no he encontrado ese mínimo”, explicaba.
Este trabajo le asegura un permiso permanente para entrar en Israel y seguridad social para él y para su familia. Pero también tiene sus inconvenientes: Sami tiene que estar en su puesto de trabajo todos los días a las 7 de la mañana. Cuando el trabajo es en Jerusalén, tiene que presentarse en el muro a las 2 de la mañana para asegurarse de que llega a la hora. Allí hace cola durante horas junto a los otros cientos de palestinos con permiso de trabajo que esperan a que el soldado israelí les deje pasar. “Si conseguimos cruzar pronto, hacemos una hoguera y tomamos algo de comer para hacer tiempo hasta que llega la furgoneta de la empresa a recogernos”, cuenta. Para cuando llega de vuelta a casa son ya las 5 de la tarde. Come algo con su familia y se mete a dormir. 



        Sami ve amanecer mientras espera a poder cruzar el muro y llegar a su puesto de trabajo






Palestinos con permiso de trabajo en Israel hacen tiempo tras cruzar el muro



“No me puedo quitar de la cabeza el trabajo. Cuando estoy cruzando el muro de vuelta a casa empiezo a pensar cómo de grande será la cola al día siguiente, si debería venir antes, si conseguiré pasar.” La ley israelí para estos trabajadores árabes no les otorga ni vacaciones (excepto en las fiestas judías, cuando nadie en la empresa trabaja) ni pagas extra. “Es como la vida de un burro: trabajar y dormir”.
Hace un año, cuando la Autoridad Palestina decidió redactar una ley que prohibía a los palestinos trabajar en los asentamientos, pregunté al ministro de Economía de la Autoridad por las alternativas de los 21.000 palestinos que realizan este tipo de trabajo. “La mitad de ellos no trabaja en los asentamientos porque se muera de hambre, sino para hacer más dinero”. La siguiente pregunta era obvia: “Entonces, cuando entre en vigor la ley ¿qué pasara con la otra mitad?” Sin hesitar, contestó: “No importa lo que les pase. En la segunda intifada muchos perdieron su trabajo también. Lo primero es el proyecto nacional”.
Sami no cree que sea una cuestión de proyecto nacional. De hecho, su jefe es un judío ultra ortodoxo habitante de una colonia al que considera un verdadero amigo. Sus familias han celebrado barbacoas juntas e incluso han acudido a funerales de sus respectivos familiares. “Cualquiera que sea bueno conmigo es mi amigo, venga de donde venga. No odiamos a los israelíes, sino a sus políticas. Al final vamos a tener que vivir todos juntos y a mí no me importaría que los judíos viviesen aquí si los palestinos nos pudiésemos mover también por donde quisiéramos y yo pudiese retornar a Malha."
A pesar de que la ley se redactó hace casi año y medio, la Autoridad Palestina todavía no ha decidido hacerla entrar en vigor.

miércoles, 25 de enero de 2012

EGIPTO: Los revolucionarios que se ríen unidos permanecen unidos


Cuando leí en Al Jazeera, hace hoy un año, que los egipcios habían salido a la calle a protestar contra el régimen, no me lo tomé demasiado en serio. Había vivido en El Cairo durante 10 meses y el arraigo de la apatía política y de la absoluta intocabilidad de Mubarak en la mentalidad egipcia era tan profundo que su resignación había conseguido contagiarme.
El día 25 de enero había sido declarado por Mubarak Día Nacional de la Policía en 2009, en recuerdo de los 50 policías que murieron a manos del ejército británico en 1952 al negarse a entregar las armas y rendirse en una comisaría de Ismailia. Tanto en 2009 como en 2010 hubo disturbios en El Cairo, Alejandría y algunas ciudades del Canal de Suez cuando grupos de jóvenes manifestantes salieron a protestar contra la Ley de Emergencia y la brutal represión policial. Así que, aunque mantuve un ojo curioso puesto en lo que sucedía, pensé que la cosa no iría más allá de los típicos enfrentamientos del 25 de enero.
Fue el día 28 cuando me convencí de que algo gordo pasaba al ver la imagen de cientos de miles de manifestantes egipcios en las calles gritando a pleno pulmón que querían la caída de Mubarak, desafiando a un poderoso ministerio de Interior cuya policía había dejado ya casi un centenar de muertos.
Dejé todo lo que estaba haciendo en Jerusalén, cogí una mochila y me planté en El Cairo en 12 horas. Dos intensas semanas sin dejar de trabajar, casi viviendo en la plaza de Tahrir… Hoy los periódicos y agencias seguramente harán un recopilatorio sobre todo lo que sucedió durante aquellos 18 días. En mi particular homenaje, lo que me apetece recordar es el indestructible sentido del humor de los egipcios, algo de lo que no pude escribir demasiado en su momento pero que se mantuvo intacto antes, durante y después de la revolución, lo cual ya de por sí me parece heroico.
Llegué a la plaza de Tahrir el primer día sin saber lo que me iba a encontrar después de un par de centenares de muertos. Tras responder (por lo visto acertadamente) a la pregunta de “¿Real Madrid o Barcelona?” que me hacía uno de los manifestantes que vigilaba el acceso, y después de que un control de mujeres me registrase, me encontré ante mí una plaza llena de gente hasta los topes donde, en vez de una manifestación, parecía que se celebraba un festival. Unos cantaban, otros marchaban dando vueltas a la rotonda pidiendo la caída del régimen, otros clavaban al suelo tiendas de campaña, los jóvenes tocaban la guitarra y los djembes…. La gente traía de sus casas o de las cafeterías cercanas bolsas de comida y bebida para compartir y todo el mundo respetaba los puntos de depósito de basuras, esto es; los furgones calcinados de la policía reciclados a contenedores. En una esquina de la plaza, una familia había construido una especie de mostrador juntando varios maderos, en el cual se podía leer: “Embajada beduina en El Cairo”. “Como a los beduinos del Sinaí nos ignoran, hemos abierto nuestra propia oficina en Tahrir para comenzar las relaciones diplomáticas con el verdadero estado”, explicaba desde la ventanilla, totalmente metida en el papel, la madre de la familia.
Ya desde el principio se oían chistes aquí y allá: “Si la revolución triunfa en Egipto, nos veremos con Túnez en la final”, decía uno. “Mubarak, intentas bailar bien, pero no olvides que yo soy el dueño del local”, cantaba otro. Pasados los días, el humor llegó también a los carteles y las consignas. “Mubarak, vete ya, echo de menos a mi mujer”, sostenía uno frente a una tienda de campaña. “Mubarak, hazlo rápido porque luego lo tendremos que estudiar en la escuela”, decía el cartel de una niña. Otro, simplemente pedía: “Mubarak, vete ya; me duelen los brazos de sostener el cartel”. En una de las plataformas de la plaza, un joven con una guitarra dedicaba al público una canción titulada “La despedida del pollino”.
En las redes sociales, la gente comenzaba a colgar chistes sobre el asunto, que luego se comentaban en la plaza. “Un oficial del ejército le dice a Mubarak: todo ha terminado, tienes que escribir un discurso de despedida para la gente”. Mubarak responde: “¿Por qué? ¿A dónde se van?”. Referencias también a la cobertura periodística de los acontecimientos. El día que llovió, ya casi en la segunda semana de protestas, alguien había colgado: “Últimas noticias. Llueve en Tahrir. Al Baradei: “El régimen es totalmente responsable por la lluvia en Tahrir”. Hermanos Musulmanes: “No hablaremos con el régimen hasta que la lluvia cese en Tahrir”. Al Jazeera: “Nuestro corresponsal nos ha informado de que varios matones son responsables de la lluvia en Tahrir”. Los manifestantes: “Hemos atrapado varias gotas de lluvia y las hemos identificado como policías secretas”. Televisión estatal: “Lo que los traidores están diciendo es falso: en Tahrir no está lloviendo”.
Un día de calor me acerqué a un vendedor ambulante de té cuyo puesto había visto plantado en mitad de la plaza desde el primer día. No creo que hubiese un solo manifestante que no hubiese bebido un vaso de te o café turco de ese puesto al final de la revolución. Le pregunté si vendía agua y me dijo que no,  pero se ofreció a acompañarme a donde la podía comprar. En el camino, aproveché para preguntarle por su opinión sobre la revolución y los manifestantes. La respuesta, tan sorprendente como aplastantemente sincera: “A mí me encanta Mubarak, es un héroe, pero desde que estoy aquí ¡vendo un montón de te!”
Tras varios días de tranquilidad en Tahrir, más vendedores ambulantes se fueron animando a instalarse en la plaza. Me puse a hablar con uno que vendía sándwiches de queso a 15 céntimos. “Toda esta gente aquí pidiendo que se vaya Mubarak y es tan viejo que lo mismo se muere cualquier día de estos”, era su análisis político sobre la situación.
Sobre la marcha conocí a un periodista egipcio encarcelado varias veces por el régimen por sus artículos críticos. Se manifestaba en Tahrir como uno más y me llamaba de vez en cuando para avisarme de los acontecimientos. Un día me llamó para avisarme de que la manifestación había llegado hasta el edificio del Parlamento, un centenar de metros fuera de la plaza. “¿Tenéis idea de extenderos a más sitios?”, le pregunto: “Sí”, me contesta él; “nos vamos a extender hasta Tel Aviv. Ya que ellos eligen nuestro gobierno, nosotros iremos a elegir el suyo”.
La televisión estatal, mientras tanto, iba contando su propia versión de los acontecimientos. El día en que se congregaron en la plaza cerca de millón y medio de manifestantes, los canales locales informaron de que sólo había 2.000 y, en un alarde de creatividad, dijeron que el Kentucky de Tahrir estaba dándoles de comer. Al día siguiente, frente a la verja cerrada a cal y canto del Kentucky, varios manifestantes repartían galletas y tartas caseras chillando: “¡Comida del Kentucky, comida del Kentucky!”. Otros animaban al resto a programar protestas contra los profesores de matemáticas dela educación pública por haberles enseñado mal los números.           
Cuando Omar Suleiman anunció por fin la renuncia de Mubarak, la plaza estalló en una fiesta. Frente a unas tiendas de campaña, un grupo de manifestantes coreaba: “¡Mubarak se ha ido del poder, y nosotros nos vamos a la ducha!”

Al día siguiente, los congregados en Tahrir se organizaron para limpiar, pintar y recoger la plaza antes de irse. Barrenderos y pintores llevaban en el pecho un cartel en el que se podía leer: “Perdón por las molestias, estamos reconstruyendo Egipto”. Pero el claro ganador fue el cartel que sostenía un joven frente al lugar donde los manifestantes recogían las últimas vallas metálicas que habían taponado los accesos a la plaza: “Mubarak, ya puedes volver, esto ha sido una broma de cámara oculta”.