domingo, 19 de agosto de 2012

PALESTINA: El Ramadan, un año más, bajo ocupación


El Ramadán ha terminado. Y ha sido intenso, porque esta vez ha caído en el mes de agosto: los ayunos son más largos porque la luz diurna dura más, y el calor hace más tortuoso el hecho de no poder beber nada. Y ni siquiera se pueden apaciguar los nervios fumando un cigarro, hasta el atardecer.
Los musulmanes acogen a sus familias, vecinos, amigos, para cenar, o como los musulmanes dicen, “desayunar”; invitaciones que luego tienen que ser devueltas. Incluso algunas familias cristianas invitan al “fetar” a amigos musulmanes.
Aunque el Ramadan, como casi todo por estas tierras, también tiene contradicciones. Quizá por los ánimos caldeados que provoca el no poder comer durante el día, los crímenes y peleas se multiplican, así como el precio de vegetales y carnes. Además, se compra y consume el triple de comida que durante el resto del año.
N y S son dos madres de 35 y 36 años con tres y dos hijos respectivamente, que trabajan en una oficina de contabilidad. La primera cumple el Ramadán de manera personal, evitando las invitaciones para no tener que devolverlas y continuando con su vida normal. La segunda, en cambio, se apunta a todo. El martes pasado fue la Noche del Destino, que recuerda el momento en que el Corán le comenzó a ser revelado a Mahoma. Los musulmanes se congregan en la explanada de las mezquitas, en Jerusalén, y pasan la noche allí. S se dispuso a salir de Ramala a Jerusalén con sus hijos, de seis y cuatro años. Ella tiene un permiso para ir a Jerusalén debido a su trabajo, no así su marido y sus hijos. Consiguió gestionar un permiso para su marido, pero al parecer su hija de seis años era una amenaza para la seguridad y se lo denegaron. “Antes, todos los menores de 16 años podían entrar en Jerusalén sin permisos, pero me informaron de que ahora las normas han cambiado”, cuenta. Así pues, decidió ir a Jerusalén con su hijo, y cuando por fin consiguió cruzar el abarrotado cruce de Qalandia, que separa Ramala de Jerusalén, el soldado que lo custodia cerró la puerta metálica de un portazo, golpeando en la espalda a su hijo. “Debía ser una noche especial, pero en vez de eso mi hijo se pasó toda la noche llorando”.
Pocas horas más tarde, H, conductor de 45 años, trataba de cruzar por el mismo paso hacia Jerusalén con sus dos hijos de 5 y 7 años. A pesar de que vive normalmente en Ramala, posee el permiso de residencia permanente en Jerusalén, por lo que ni él ni sus hijos necesitan permisos especiales para entrar y salir, aunque igualmente deben cruzar el check point. “Justo cuando llegábamos a la última puerta metálica, alguien que se cansó de esperar lanzó una botella a un soldado, así que la puerta se cerró delante de nosotros y la gente empezó a empujarnos contra ella. Mis hijos empezaron a llorar y yo le chillé al soldado israelí: “Oye, soy de Jerusalén, déjame pasar, mis hijos se están ahogando aquí”. La respuesta del soldado: “¿Te parece que me importa?”
Muchos otros han dejado de ayunar, aunque procuran no comer delante del resto o directamente fingen que ayunan para que nadie les mire mal. Las normas sociales son a veces más importantes que las religiosas. “Yo ya no ayuno porque el Ramadán ya no es lo que era, ha perdido su significado”, reconoce por lo menos O, retirado de 65 años que luchó con la OLP en Jordania en los 60. “El sentido del Ramadán es acordarse de los pobres y empatizar con ellos; cuando yo era joven dábamos al vecino aquello que le faltaba para preparar su fetar: si yo tenía una huerta de lechugas y mi vecino no, yo le daba mis lechugas, y él me daba otra cosa que yo no tuviera. Ahora se encargan grandes comilonas a los restaurantes.” Yo le cuento que en Egipto los vecinos preparaban una mesa en la calle y la llenaban de comida para que aquellos que no tenían qué llevarse a la boca pudieran comer de ella. Pero no le convence: “¿Por qué no invitar directamente al pobre a comer en casa con la familia? Eso es lo que hacíamos nosotros hace mucho tiempo.” O es un nostálgico: “El ayuno lo comenzaron a hacer las tribus anteriores a Mahoma; lo hacían durante una semana, cada tribu en su propio momento del año. Pero Mahoma unió a los musulmanes e hizo que todos cumplieran el Ramadan a la vez y durante un mes. Ya ha perdido todo el significado.”
Los cristianos, por su parte, también se alegran de que el Ramadan haya terminado. Ellos comen y beben normalmente, pero lo que pasa a su alrededor les afecta. “Ya tenía ganas de que acabase. Siempre evitamos comer delante de ellos y yo trabajo todo el día en una oficina llena de musulmanes”, cuenta W. “A veces les pregunto si están ayunando, para comer o beber agua en otro sitio, y me contestan medio enfadados que por supuesto, y luego cuando nos quedamos solos algunos vienen y me piden un cigarro. Eso por no hablar de los atascos y embotellamientos de los checkpoints que hay cada dos por tres cuando los musulmanes se desplazan en masa de un sitio a otro para sus celebraciones.” “Ya llegará la Navidad o la Semana Santa y les molestaréis vosotros a ellos”, le respondo. “¡Eso si me dan un permiso para cruzar a Jerusalén!” me contesta él.
Por de pronto, el Ramadan ha terminado y todo ha vuelto a la normalidad, si es que al día a día palestino se le puede llamar así. 

viernes, 17 de agosto de 2012

PALESTINA: Mi casera: "Mejor nos iría si nos fuésemos con Jordania"


El apartamento donde vivo, una parte baja de una casita de dos pisos, no tiene lavadora, así que mi casera, que vive en el piso superior, se ofreció desde el principio a hacerme las coladas en la suya. La verdad es que me cuida como a una hija. Ayer subí a darle la ropa; la metimos en la lavadora y, aprovechando que ya estaba cayendo el sol y que corría una brisa fresca (poco corriente por estas fechas), me invitó a un cigarro en su terraza. Así que allí nos sentamos y nos pusimos a charlar, con el valle que lleva a Belén a nuestros pies, un paisaje natural, sereno, que inspiraría tranquilidad de no ser por la carretera de colonos que parte los campos de olivos en dos y el asentamiento israelí de Har Homa, que separa Belén de Jerusalén.


En el medio, la carretera de colonos. A la derecha, arriba, 
el asentamiento israelí. A la izquierda, arriba, Belén


Mi casera es palestina cristiana. Trabaja como profesora de niños en una escuela pública en Belén, está casada con un experto en antigüedades y tiene un hijo de 26 años. Empezamos hablando del tiempo (muy recurrente en todas las culturas), y al rato me pregunta si voy a estar aquí durante las elecciones palestinas de octubre. Le contesto que no me creo que vaya a haber elecciones, porque las llevan anunciando tres años y luego nunca pasa nada. Ella no insiste; en vez de ello tuerce el gesto en señal de resignación. “¿Qué más da? Los palestinos ya no interesamos a nadie, la gente en el mundo está harta de oír hablar sobre nosotros.” Y lo cierto es que la euforia derivada del discurso del presidente Mahmud Abbas en la Asamblea de Naciones Unidas el pasado año, cuando pidió el estatus de estado para Palestina, duro muy poco, y un año después los palestinos se dan cuenta de que no sirvió para nada, como casi todo lo que emprenden, y que la comunidad internacional se ha vuelto a olvidar de ellos.
“Un momento, voy dentro a apagar la tele que no está el precio de la electricidad como para hacer excesos”. Cuando vuelve, me pregunta: “¿Cuánto crees que pago al mes de electricidad?” Yo no tengo la menor idea porque la electricidad va incluida en el precio de mi apartamento. Me contesta: “Entre 500 y 600 shekeles al mes” -equivalente a entre 100 y 120 euros al mes-. Y me explica:
“En Palestina, por la ocupación, no podemos generar nuestra propia electricidad. Existe una compañía palestina pero compra la electricidad a las compañías israelíes, lo cual es uno de los motivos por los que la electricidad es tan cara. Pero la otra es que hay dos grupos de población que no pagan la electricidad: los refugiados, que hasta cierto punto puede tener su sentido, y los gobernantes y principales instituciones del país (lo que llaman “sulta”, que incluye gobernantes, políticos, policía, etc...). El primer ministro Salam Fayyad, con su plan económico, sube los impuestos de todo y además nos hace cargar con su banda de ladrones. La Sulta gasta 120 millones de shekels al mes (cerca de 24 millones de euros) en electricidad. ¿Y quién paga ese dinero? La gente como yo, que no vive en palacios ni tiene coches lujosos.”
La entiendo, y le digo que la corrupción está en todas partes, que España puede ser un país europeo pero también está lleno de ladrones con corbata y maletín que encuentran su propia manera europea de robar. Y me contesta: “Sí, pero España es grande, y Palestina es pequeña. Todo el mundo sabe todo de todos y la gran mayoría de la gente charla sobre estas cosas en las calles.” “Y además”, añade acercándose y bajando el tono de voz, “los palestinos no son tontos. Estamos mejor educados que en cualquier otro país de Oriente Medio y todos entendemos perfectamente lo que pasa. Todo el mundo tiene una idea clara quién nos está gobernando.”
La lavadora termina y vamos a por la ropa para tenderla. Cuando entramos en casa, el aparato de aire acondicionado que se ha comprado hace poco está encendido. “¿Cómo? ¡Pero si lo había apagado! ¡Ya es la segunda vez esta semana que se me enciende solo!” Lo apaga a toda prisa y bromeamos: “Habrá sido Salam Fayyad, que lo enciende a escondidas cuando no estás para que gastes electricidad.”
Salimos de nuevo afuera y, mientras tendemos, le digo cortésmente que ya llegará el día en que podrán gestionar sus propias cosas, que la vida da muchas vueltas. Y me dice: “Mejor nos iría si nos fuésemos con Jordania y Gaza se fuese con Egipto”. Yo, un poco sorprendida, pues no he escuchado muchas veces esta idea, le pregunto: “¿Y qué pasa con Palestina?” Ella reflexiona un momento y luego dice: “Jordania tomaría el control de Cisjordania y Egipto el de Gaza, pero todos seguiríamos siendo palestinos. Es la única forma que se me ocurre a estas alturas de quitarnos de encima de un plumazo a los israelíes y a nuestros gobernantes.” La verdad es que los palestinos acumulan ya mucha frustración, y al oír esto pienso en varios amigos míos que están buscando la forma de irse a trabajar a cualquier otro país como sea. No me extrañaría encontrarme más opiniones sorprendentes y hasta ahora poco corrientes, como esta. 
Terminamos de tender y le suena el teléfono. Es su madre, que avisa que viene de visita. Le dejo hablando con ella y me vuelvo a mi apartamento. Desde la tele, el canal de la BBC anuncia la legalización de tres nuevos asentamientos israelíes.