(AVISO: Sé que la longevidad de las ovejas
es de 18-20 años, por lo menos de las que no son palestinas, pero no seáis
aguafiestas y ¡echarle imaginación!)
Hola,
soy una oveja y mi dueño es palestino y nómada. Bueno, lo primero lo sigue
siendo, para mi desgracia, pero lo segundo lo era, algo que tampoco mejora las
cosas. Entre el 48 y el 67, cuando nos dirigía Jordania, vivíamos los seis
meses más fríos en el Valle del Jordán y los seis más cálidos en las colinas
del sur de Hebrón; es decir: nuestros dueños nos llevaban a donde había agua.
Pero
después de que Israel invadió Cisjordania en el 67, a humanos y animales
palestinos nos prohibieron desplazarnos. Mala suerte: coincidió que cuando lo
decidieron nos pilló en el Valle del Jordán.
Para
finales de los 60 el valle se convirtió en un área militar cerrada controlada
por el ejército israelí, quien pensó que era el lugar perfecto para realizar
ensayos y maniobras militares. Queríamos que nuestros dueños nos sacasen a
pastar, pero desde entonces sólo nos pueden llevar a no más de 500 metros del
antiguo canal de agua jordano que cruza las tierras. La buena noticia es que en
verano, cuando hace 50 grados y no hay agua ni pastos, podemos movernos libres
a donde queramos. El resto del tiempo el lugar se convierte en reserva natural
israelí; por eso, en invierno procuramos no comer mucha de esa hierba; si la
policía nos ve, detienen a nuestros dueños. Y aunque no seamos las que más
suerte hemos tenido con nuestros dueños, cualquiera se arriesga a intentar sobrevivir
sola en este secarral lleno de campos minados. Si por lo menos Israel quisiera
entregar los mapas que sitúan las 200.000 minas que hay en este valle… pero no
quiere, y tiene sus razones: “razones de seguridad.”
Una
vez en los 80, nuestros dueños decidieron dejar temporalmente el área de Ras al
Ouja, donde vivimos, y llevarnos a Samra, en el norte del Valle, para buscarnos
agua. Los israelíes se enfadaron tanto que nos secuestraron a mí y al resto de
ovejas y nos llevaron a un asentamiento. Pasamos miedo, pero nos quedamos
asombradas al ver agua por todas partes, césped, ovejas que se pegaban la
vidorra… Otra vida era posible… Para volver junto a nuestros pastores, estos
tuvieron que pagar 10 dinares (diez euros) por cada una de nosotras.
No
nos habíamos recuperado aún del susto cuando de pronto empezamos a ponernos
enfermas. Según entendimos, Israel cavó pozos de gran profundidad para surtir
de agua a los asentamientos, y al hacerlo, sacó sal a la superficie, que acabó
en el canal jordano, que es del que nosotras bebemos. Antes odiábamos el
verano, pero ahora lo preferimos, porque el canal se seca y nuestros dueños se
ven obligados a comprar bidones de agua. Les salen caros, pero por lo menos no
nos envenenamos. –Por si no os lo había contado antes, en los poblados tampoco
tenemos agua ni electricidad; Israel no nos lo permite.-
Peor
están mis primas del norte, las de la zona de Al Maleh. Si nosotras nos
estresamos con los cazas volando a baja altura, allá el ejército ensaya
directamente con tanques y artillería real porque, según explicaron los
soldados a los pastores, la zona es perfecta para realizar maniobras porque se
parece al sur de Líbano. Cuando esto sucede, sus dueños las encierran en los
corrales, hechos de metal, y ellos se resguardan en tiendas de campaña. Al
igual que a nuestros pastores, no se les permite construir nada que implique
cemento.
A mí
la hierba palestina y la hierba israelí me saben igual. Pero por alguna razón,
la israelí no la podemos comer. El caso de mis primas es más complejo, y me
cuesta aclararme. Parece ser, según me cuentan, que la mayoría de las tierras
en las que pastan son propiedad de la iglesia latina palestina. “Pero entonces,
la podéis comer, ¿no?”, les pregunto. Ellas me dicen que no, “porque estamos en
área C, control israelí, y cada vez que lo intentamos los soldados piden a
nuestros dueños los papeles que demuestren que la iglesia nos ha dado permiso para
pastar ahí. Y por lo visto no nos ha dado ninguno. Los pastores han ido a
pedirles que les alquilen las tierras, que les den permisos, algo, para que las
ovejas no corramos peligro de muerte cada vez que salimos a pastar. Pero nada. Y
alquilar las tierras no debe de ser algo imposible para la iglesia latina,
porque ya hace tiempo alquilaron una parte a Israel para que montase una base
militar.”
Hace
poco me encontré con una oveja de un asentamiento, y ya me puse borde, y le
dije: “Oye, ¿por qué tus dueños quieren que los nuestros se vayan de aquí?”
Ella me dijo: “Es por vuestra seguridad. Aquí se hacen ensayos militares y en
una de esas os pueden matar.” Se debió de pensar que soy idiota. “Pues entonces
vosotros también deberías largaros”, le contesté toda digna. A ella le dio la
risa. No se molestó ni en contestarme. De vuelta a mi triste poblado de agua
envenenada, pensé: “No, si la idiota soy yo. Para la próxima me hago oveja
colona.”
Con perdón de las ovejas, yo creo que los de la raza humana balan más de lo que hablan...
ResponderEliminar