Voy a la tienda de recuerdos de un amigo de aquí donde,
sobre todo en las tardes de verano, nos juntamos varios vecinos –musulmanes,
cristianos, jóvenes, mayores- a analizar la situación en Palestina. “Ayer se
llevaron a mi hijo de 25 años arrestado”, me dice Omar, veterano luchador de la
OLP y uno de los fijos en este comité de sabios espontáneo. Los soldados
israelíes aparecieron a las dos de la mañana en el centro de Belén (zona de
control palestino, donde se supone que tienen prohibido entrar), tiraron la
puerta abajo y se llevaron a su hijo mayor por la fuerza. Lo que más me sorprende
es el tono tranquilo y resignado con el que lo dice, como quien comenta que
ayer perdió su equipo de fútbol. “¿Por qué se lo llevaron?” le pregunto: “No lo
sé”, responde él. “Creemos que porque es miembro del Frente Popular.” “¿Sabes a
dónde se lo han llevado?” “No. Tenemos a un abogado buscándolo” “¿Sabes cuándo
lo van a soltar?” “No.” El mismo Omar pasó 8 años entre rejas por su militancia
en la OLP en los 80.
El otro día acompaño a un amigo palestino a vender su coche
a una mujer madre de 10 hijos e hijas. Una de ellas oye que voy a Jerusalén y
me pregunta si le puedo llevar en coche, ya que ella vive allí y, aunque sólo
hay 9 km entre Belén y Jerusalén, el camino en transporte público, con check points
y rodeos para esquivar el muro, es demasiado penoso para su bebé de apenas un
año. Por el camino, me explica que son dos hermanas y cuatro hermanos, pero uno
de ellos hace 7 años que no lo ven porque está en la cárcel. “¿Por qué?”
Pregunto. “No lo sabemos”, contesta ella. “Creemos que por ser simpatizante de
Hamas.” “¿Cuándo será liberado?” “No lo sabemos.”
“De pequeña me gustaba jugar al fútbol y bajaba con mi
padre al parque de debajo de casa”, comento en una conversación banal durante
una barbacoa. “Yo no conocí a mi padre hasta los ocho años, cuando salió de la
cárcel por repartir panfletos de resistencia comunista.” Contesta uno de los
presentes. “El mío y varios de mis tíos estuvieron varios años en la cárcel por
lo mismo. En mi casa los que iban saliendo libres se turnaban para ayudar a mi
madre, que también era una activista política, a educarme a mí y a mis tres
hermanos”, comenta otro.
Entrego una traducción que me encargó una agencia de turismo
palestina y su contable, que algo de español entiende, lee en mis documentos: “detension administratifa. Ah, this is
administrative detention in spanish!” “Sí”, respondo “ahora ya conoces el
término en tres idiomas: árabe, inglés y español.” Él responde: “Sí, y en
hebreo también. Me pasé 4 años en la cárcel porque mi detención administrativa
(sin pruebas, basada en evidencia secreta, que por lo general dura 6 meses) se
renovó 7 veces.” “¿Por qué te encarcelaron?” Él: “Nunca quedó claro el cargo
exacto, pero supongo que estaba en la lista negra después de que me arrestasen
varias veces durante la primera intifada por promover la desobediencia civil,
repartir panfletos y tirar piedras a los soldados.”
Voy al campo de refugiados de Aida a hacer fotos del muro,
(que pasa rodeándolo) y aquí y allá varias familias me invitan a tomar té. En
sus salones veo fotos colgadas de chavales jóvenes. Sé que son hijos, hermanos,
padres de la familia en cárceles. Una vez me di cuenta de que una de las fotos
era la de una de los chavales que veía frente a mí sentado en el sofá. Pregunté
a la madre por qué no había descolgado la foto, y me contestó: “No, este es su
hermano gemelo.” “¿Y por qué está encarcelado?” Ella: “Por tirar piedras.” “¿Cuándo
saldrá de prisión?” “No lo sabemos.”
No importa donde vayas. No importa si es gente rica, pobre,
refugiada, cristiana o musulmana. Todo el mundo en palestina tiene o ha tenido
al menos un familiar en prisión sin saber muy bien por qué. Y por supuesto,
cuando salen, hablan de lo que les ocurrió allí dentro.
Por eso nadie se cree que la muerte en una prisión israelí de
Arafat Jadarat, un joven de 30 años que fue arrestado la semana pasada en
relación con protestas por los prisioneros, haya sido por un ataque al corazón,
como dicen las fuentes israelíes. Su abogado accedió a él en la audiencia que
tuvo el prisionero el pasado jueves, y el detenido le contó que le dolía la
espalda porque “había sido golpeado y colgado durante horas mientras era
interrogado”, despertando familiares y agónicos recuerdos en un gran número de
palestinos que han pasado por las prisiones israelíes. Las técnicas empleadas
en los interrogatorios no son ningún secreto; sin ir más lejos, uno de los ex
directores de los servicios secretos israelíes (Shin Bet), las describe
detalladamente para el documental ‘The Gatekeepers’, que podría conseguir un
Oscar esta misma noche.
Su detención se
extendió otros nueve días para continuar investigándolo, y el sábado, ayer,
apareció muerto.
¿Le importa a alguien fuera de
estas borrosas fronteras? ¿Qué se cuenta en España? ¿Se puede obviar tranquilamente la muerte de
otro palestino, aunque sea a manos de la única democracia de Oriente Medio? Todas
las mañanas leo las noticias. Hoy ha sido una excepción. Me he levantado y he
pasado directamente a contestar todos los mails y llamadas que no he contestado
durante la semana (en este caso varias semanas), limpiar un poco la casa y ese
tipo de cosas que suelo hacer los domingos por la mañana, si tengo tiempo. Para
no estar del todo desconectada, he dejado puesto el canal de BBC World.
Arafat Jaradat murió ayer, y no me he enterado de ello por
la BBC. Ha sido cuando he empezado a escuchar tiros en la lejanía desde mi
salón. He abierto la ventana y he concentrado mi oído en el ruido para
asegurarme de que no eran los cohetes y fuegos que se lanzan normalmente en las
bodas. Con la cabeza girada para oír mejor, lo que tenía en frente de mí es el
monstruoso asentamiento de Har Homa, con su forma de tarta blanca amurallada en
la cima de lo que anteriormente fue una colina cubierta de densos pinares como
ya quedan pocos en Cisjordania. Una columna de humo que subía de las cercanías
del campo de refugiados de Aida ha confirmado mi sospecha. “Más manifestaciones
por los prisioneros”, pienso. Echo un último vistazo al tranquilo asentamiento,
que parece mirar para otro lado, aislado por su verja electrificada que pasa
casi por debajo de mi terraza. Antes de salir corriendo por la puerta, abro en
internet un canal de noticias palestino para ver si hay algo nuevo. Es entonces
cuando leo que Ahmad Jaradat ha muerto en una cárcel israelí.
En el campo de Aida hay contenedores de Naciones Unidas
quemados, torres de vigilancia israelíes en llamas y jóvenes palestinos tirando
piedras y esquivando las balas recubiertas de goma. Leo al volver que en las
manifestaciones de Ramallah, entre otras, se ha usado munición real, y hay un
chaval de 13 años en un hospital con una bala en el pecho.
La tensión durante esta semana ya era alta, y los análisis
avisaban de un incremento de la violencia si alguno de los prisioneros en
huelga de hambre moría. No ha hecho falta. Jaradat fue arrestado hace unos
pocos días; no le dio tiempo ni a empezar la huelga.
Israel insiste en la teoría del infarto, y tranquilamente
ha pedido a la ANP que calme las protestas porque dentro de poco viene Obama.
De hecho, ha ofrecido al liderazgo palestino devolver los 100 millones de
dólares de impuestos que recolectó en su nombre en enero y que hasta ahora
retenía, con tal de controle a su gente. Como si fuese un favor o un regalo. El
ministro de Asuntos de los Prisioneros, Issa Qraqe, ha contestado: “Estos
disturbios no se producen tras una decisión; son manifestaciones espontáneas
contra las injusticias de Israel. Si Obama quiere una visita tranquila, que
presione a Israel para liberar a los prisioneros políticos.”
Los arrestos se suceden sin que a nadie le importe. La
semana pasada fue encarcelado, también mediante detención administrativa sin pruebas
y sin derecho a acceder a un abogado, el dibujante de tiras cómicas Mohammad
Sabaaneh, del periódico oficial de la ANP. El pasado jueves se extendió su
detención por otros nueve días. Me recuerda a lo que sucede en otros lugares
supuestamente menos democráticos.
Tira del dibujante Mohammad Sabaaneh
( http://bit.ly/VEAsqQ )
Esta noche dos películas, una israelí y otra palestina,
compiten por el Oscar a mejor documental, y las dos tratan, de lleno o de pasada,
las detenciones aleatorias palestinas. A ver si por lo menos, con un poco de
suerte, me levanto mañana y la BBC cuenta que ha ganado alguna de las dos.
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