viernes, 17 de agosto de 2012

PALESTINA: Mi casera: "Mejor nos iría si nos fuésemos con Jordania"


El apartamento donde vivo, una parte baja de una casita de dos pisos, no tiene lavadora, así que mi casera, que vive en el piso superior, se ofreció desde el principio a hacerme las coladas en la suya. La verdad es que me cuida como a una hija. Ayer subí a darle la ropa; la metimos en la lavadora y, aprovechando que ya estaba cayendo el sol y que corría una brisa fresca (poco corriente por estas fechas), me invitó a un cigarro en su terraza. Así que allí nos sentamos y nos pusimos a charlar, con el valle que lleva a Belén a nuestros pies, un paisaje natural, sereno, que inspiraría tranquilidad de no ser por la carretera de colonos que parte los campos de olivos en dos y el asentamiento israelí de Har Homa, que separa Belén de Jerusalén.


En el medio, la carretera de colonos. A la derecha, arriba, 
el asentamiento israelí. A la izquierda, arriba, Belén


Mi casera es palestina cristiana. Trabaja como profesora de niños en una escuela pública en Belén, está casada con un experto en antigüedades y tiene un hijo de 26 años. Empezamos hablando del tiempo (muy recurrente en todas las culturas), y al rato me pregunta si voy a estar aquí durante las elecciones palestinas de octubre. Le contesto que no me creo que vaya a haber elecciones, porque las llevan anunciando tres años y luego nunca pasa nada. Ella no insiste; en vez de ello tuerce el gesto en señal de resignación. “¿Qué más da? Los palestinos ya no interesamos a nadie, la gente en el mundo está harta de oír hablar sobre nosotros.” Y lo cierto es que la euforia derivada del discurso del presidente Mahmud Abbas en la Asamblea de Naciones Unidas el pasado año, cuando pidió el estatus de estado para Palestina, duro muy poco, y un año después los palestinos se dan cuenta de que no sirvió para nada, como casi todo lo que emprenden, y que la comunidad internacional se ha vuelto a olvidar de ellos.
“Un momento, voy dentro a apagar la tele que no está el precio de la electricidad como para hacer excesos”. Cuando vuelve, me pregunta: “¿Cuánto crees que pago al mes de electricidad?” Yo no tengo la menor idea porque la electricidad va incluida en el precio de mi apartamento. Me contesta: “Entre 500 y 600 shekeles al mes” -equivalente a entre 100 y 120 euros al mes-. Y me explica:
“En Palestina, por la ocupación, no podemos generar nuestra propia electricidad. Existe una compañía palestina pero compra la electricidad a las compañías israelíes, lo cual es uno de los motivos por los que la electricidad es tan cara. Pero la otra es que hay dos grupos de población que no pagan la electricidad: los refugiados, que hasta cierto punto puede tener su sentido, y los gobernantes y principales instituciones del país (lo que llaman “sulta”, que incluye gobernantes, políticos, policía, etc...). El primer ministro Salam Fayyad, con su plan económico, sube los impuestos de todo y además nos hace cargar con su banda de ladrones. La Sulta gasta 120 millones de shekels al mes (cerca de 24 millones de euros) en electricidad. ¿Y quién paga ese dinero? La gente como yo, que no vive en palacios ni tiene coches lujosos.”
La entiendo, y le digo que la corrupción está en todas partes, que España puede ser un país europeo pero también está lleno de ladrones con corbata y maletín que encuentran su propia manera europea de robar. Y me contesta: “Sí, pero España es grande, y Palestina es pequeña. Todo el mundo sabe todo de todos y la gran mayoría de la gente charla sobre estas cosas en las calles.” “Y además”, añade acercándose y bajando el tono de voz, “los palestinos no son tontos. Estamos mejor educados que en cualquier otro país de Oriente Medio y todos entendemos perfectamente lo que pasa. Todo el mundo tiene una idea clara quién nos está gobernando.”
La lavadora termina y vamos a por la ropa para tenderla. Cuando entramos en casa, el aparato de aire acondicionado que se ha comprado hace poco está encendido. “¿Cómo? ¡Pero si lo había apagado! ¡Ya es la segunda vez esta semana que se me enciende solo!” Lo apaga a toda prisa y bromeamos: “Habrá sido Salam Fayyad, que lo enciende a escondidas cuando no estás para que gastes electricidad.”
Salimos de nuevo afuera y, mientras tendemos, le digo cortésmente que ya llegará el día en que podrán gestionar sus propias cosas, que la vida da muchas vueltas. Y me dice: “Mejor nos iría si nos fuésemos con Jordania y Gaza se fuese con Egipto”. Yo, un poco sorprendida, pues no he escuchado muchas veces esta idea, le pregunto: “¿Y qué pasa con Palestina?” Ella reflexiona un momento y luego dice: “Jordania tomaría el control de Cisjordania y Egipto el de Gaza, pero todos seguiríamos siendo palestinos. Es la única forma que se me ocurre a estas alturas de quitarnos de encima de un plumazo a los israelíes y a nuestros gobernantes.” La verdad es que los palestinos acumulan ya mucha frustración, y al oír esto pienso en varios amigos míos que están buscando la forma de irse a trabajar a cualquier otro país como sea. No me extrañaría encontrarme más opiniones sorprendentes y hasta ahora poco corrientes, como esta. 
Terminamos de tender y le suena el teléfono. Es su madre, que avisa que viene de visita. Le dejo hablando con ella y me vuelvo a mi apartamento. Desde la tele, el canal de la BBC anuncia la legalización de tres nuevos asentamientos israelíes. 

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